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Secretos que solo los locales conocen de Pamplona
Hay ciudades que se muestran sin pudor al primer vistazo, como esas personas demasiado simpáticas que uno intuye que esconden poco. Y luego está Pamplona, que juega a ser discreta. Con su fachada de fiestas universales y sus postales medievales, parece invita dar una vuelta breve… y marcharse. Pero basta con quedarse un poco más, caminar sin rumbo fijo, para notar que aquí hay otra ciudad: una que no se cuenta, se vive.
Este texto es para quienes no se conforman con lo evidente. Para quienes saben que, como con los buenos vinos, Pamplona hay que dejarla respirar.
Donde el sol se despide en silencio: el mirador del Caballo Blanco
Mientras hordas de visitantes se apelotonan en la calle Estafeta buscando un encierro fuera de temporada, los pamplonicas de verdad suben al Baluarte del Redín cuando cae la tarde. Desde allí, el mirador del Caballo Blanco regala una de esas escenas que no necesitan filtro: montes ondulantes, el río Arga deslizándose como un secreto.
Os contamos un secreto, el mesón conocido como «El Caballo Blanco» es en realidad un palacete que fue erigido en 1961 utilizando piedras y elementos ornamentales del antiguo Palacio de Aguerre, demolido en la calle Nueva. Frente a este edificio se encuentra la Cruz del Mentide











